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Cultura - Emanuela Fumagalli

Hacia una sociedad verdaderamente humana

Emanuela Fumagalli

 

¿Es posible erradicar de una vez por todas, la maldición de la violencia de las sociedades humanas? A la luz de la experiencia histórica y cotidiana estamos tentados a decir que no....  pero al mismo tiempo, la reflexión sobre la crisis, la inestabilidad y la transición en las que nos encontramos hoy día nos lleva a ver las cosas de otra manera: el ser humano está todavía atado a una etapa violenta, pero también está cerca de dar un nuevo paso evolutivo hacia un nuevo mundo no-violento. Es como si tuviera un pie en la vieja etapa y tal vez otro pie en la nueva, que se está delineando, como una brecha que crece cada vez más. Mi búsqueda es encontrar los elementos y las imágenes que nos pueden ayudar a ver este paso hacia una sociedad verdaderamente humana, comprendiendo en que momento histórico se encuentra el ser humano.

¿Entonces por qué la violencia? ¿Por qué la crueldad?, que es algo más que violencia. ¿Por qué esta intención violenta hacia otros seres humanos? Estas son preguntas que a cada uno nos deja angustiado, en dificultad ¿Qué sucede con este ser humano que sigue utilizando la violencia contra otros seres humanos?

Detrás de esta violencia, está siempre la negación de lo humano del otro, está siempre el desconocimiento o el no reconocimiento del otro que está frente a mí, de lo humano que hay en él. Pero creo que podemos tener otra mirada de esta situación de violencia que hay en el mundo de hoy y decir que lo que está sucediendo es que este ser humano es un ser muy joven, es un ser todavía nuevo, donde la conciencia aún no ha logrado salir de ese estado prehistórico de la violencia.

Hace dos millones de años que este ser humano caminaba en cuatro patas y no hace mucho más, trescientos o cuatrocientos mil años atrás que descubrió el fuego, no es tanto, sólo son diez mil generaciones. Sólo ocho o diez mil años atrás aprendió a fundir los metales.

En todo caso, algunos cientos de miles de años atrás, el ser humano veía al otro y lo que veía era comida, y se lo comía, agarraba al enemigo, le cortaba la cabeza, y le chupaba el cerebro y se lo comía. Algunos cientos de años atrás se comían los unos a los otros, después dejaron de hacerlo, y en vez de comerse al otro, dijeron: no lo como, lo esclavizo. Resulta horrible, pero ya va mejor. Y lo esclavizó, lo hizo trabajar para él, pero no se lo comió más.

Después de haberlo esclavizado por mucho tiempo, no importa el motivo, descubrió que esos esclavos trabajaban mejor si se les daba unas monedas.

Si además de trabajar, lo cuidaban y le enseñaban un poco, podía producir más y mejor y así mejoraron las condiciones de vida. Descubrieron que si el ser humano estaba tranquilo con respecto a su futuro podía trabajar mejor. En este camino las condiciones han cambiado y, aunque seguimos viendo al ser humano en situaciones de violencia y crueldad, de todos modos, en poco tiempo, ha avanzado. El ser humano se abre paso con su intención de transformarse y transformar su entorno. Y poco a poco cambia las condiciones.

Sin embargo, continúa utilizando la violencia ¿Cuándo el ser humano dejará de usar la violencia? Cuando le produzca una repulsión visceral, cuando el acto de violencia le produzca rechazo, pero un rechazo visceral, vegetativo. Esto no se ha producido todavía. ¿Se entiende el tema del rechazo visceral? Hay acciones que uno puede hacer y que le producen rechazo visceral. El ejemplo no es muy elevado, sin embargo, comer excrementos lo produce. La violencia no produce todavía ese rechazo visceral, ese rechazo que hace que no se pueda realizar ese acto.

Llegará el momento en el que en el ser humano se producirán transformaciones físicas y psicológicas que harán que sea imposible un acto violento, porque su cuerpo y su mente lo rechazarán. Esto sucederá, esta es la dirección en la que va el ser humano. La historia no ha terminado, no se preocupen.

El problema es que este cambio puede llevar mucho tiempo, por ejemplo, un par de millones de años. Este cambio, si se trata de un cambio físico, y si se observa que en los últimos 300 mil años no se produjeron grandes cambios físicos en el ser humano, esto puede llevar mucho tiempo.

Entonces podríamos no hacer nada y todo estaría bien, porque al final el ser humano podría generar por sí mismo las transformaciones que llevarían finalmente a dejar atrás el acto violento.

Esto sucederá, la pregunta es cómo podemos acelerar este proceso ¿Cómo podemos contribuir de alguna manera para que este proceso tome más velocidad? Esto es parte de nuestra acción, es parte de lo que estamos haciendo. Es el sentido de las acciones estructurales que estamos poniendo en marcha, es el sentido de las acciones por la no-violencia que estamos haciendo y afirmando día tras día. Estamos contribuyendo de este modo, tal vez con pequeñas migajas, pero importantes en el proceso histórico, para que el ser humano vaya avanzando, desde la prehistoria en la que la violencia es todavía parte de su accionar cotidiano, a un ser humano en el que la violencia sea recordada como parte su prehistoria, así en el futuro podrán reírse de nosotros como hoy nos reímos de aquel ser humano que se comía a otro ser humano.

Y quizás este no sea el aspecto más extraordinario que tiene nuestra acción; es una acción que no termina en nosotros mismos. No estamos luchando por la no-violencia para que mi papá no me pegue y mi hermano no me reproche, estamos luchando por la construcción de una sociedad no- violenta para garantizar que las nuevas generaciones puedan vivir en condiciones siempre mejores, estamos luchando por una sociedad no-violenta para garantizar la continuidad del futuro de la humanidad, para que esta prehistoria sea lo más breve posible y el ser humano esté en condiciones de cruzar el umbral que dará lugar a una historia verdaderamente humana.

Desde los albores de la historia de la humanidad, las civilizaciones han surgido, se han desarrollado y después han declinado en un relativo aislamiento. Paso a paso los contactos entre ellos han aumentado, los pueblos y sus culturas entraron en contacto sobre todo para el comercio, la guerra, la conquista y la migración.

La tecnología ha estimulado esta interacción de manera lenta pero incesante. En el siglo pasado, caracterizado por el proceso de mundialización, no hay más pueblos o culturas aislados, todos están relacionados e interconectados en una red planetaria, una condición única y sin precedentes en la historia humana. El sistema actual es un sistema cerrado donde los acontecimientos que ocurren en una parte del mundo tienen repercusiones en el resto del planeta. Basta recordar la caída del Muro de Berlín en 1989 o el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Desafortunadamente las crisis relacionadas con el cambio pueden estar acompañadas por explosiones de violencia de varios tipos: las guerras convencionales, accidentes nucleares, el colapso de los sistemas financieros internacionales, la interrupción de los servicios básicos (agua, electricidad, transporte, etc.), desequilibrio mental y el suicidio. Los intereses de las potencias nucleares y la locura de grupos violentos, que pueden tener acceso a material nuclear de reducidas dimensiones, representan una de las mayores amenazas de la era moderna.

En este panorama inquietante queda mucho por hacer, no sólo para evitar eventos que forman parte de la agonía de un mundo deshumanizado, sino para reunir y unir a las personas, de todas las naciones y culturas, que comparten la nueva sensibilidad que está naciendo.

Nuevos hechos no van a nacer de una vieja sensibilidad, de una forma mental o de una mentalidad ya obsoleta, que ha constituido la esencia de lo viejo y es precisamente la que ha conducido al sistema a su necesaria etapa de colapso y fracaso.

El cambio no se producirá con parches o reciclando lo viejo, con un humanitarismo que no toca la raíz de la violencia congénita.

Como ya ha ocurrido antes en la historia humana, de crisis profundas han surgido nuevas civilizaciones con una nueva espiritualidad, que en esta etapa tendrá entre sus principales pilares la cultura de la no-violencia.

En toda esta profunda crisis que nos está envolviendo y está empeorando día a día, por fe podemos afirmar que este sistema violento deberá necesariamente disgregarse, para dejar espacio a algo nuevo y completamente diferente, pero además, también podemos ver algunas señales tangibles.

Una primera señal es observando las actitudes que están teniendo los jóvenes. Los jóvenes no se reconocen en este sistema, no adhieren, están buscando otros modelos y este es un buen augurio.

Otras señales las hemos recogido durante la  Marcha Mundial por la Paz y la No-Violencia. Hemos visto a muchas personas organizarse y adherir con fuerza pidiendo por el desarme nuclear, el abandono de las guerras como método de resolución de conflictos. Muchas conciencias se despertaron y en ocasiones se ha observado un modo diferente de ser y colaborar con los demás, un modo diferente y nuevo de percibir al ser humano.

Otra señal fue cuando 110 millones de personas protestaron simultáneamente contra la guerra en Irak... son señales fuertes en una época de desestructuración y atomización, donde a veces parece imposible organizar acciones conjuntas.

Menos tangibles son las muchas acciones que la gente está realizando para superar la violencia en los ámbitos de la familia, el trabajo, con una visión en la que el cambio personal y el social no se oponen, sino que se alimentan y estimulan entre si. Recordando el principio fundamental de tratar a los demás como quieres ser tratado.

Y nos preguntamos entonces, ¿qué le está pasando al individuo medio? ¿Qué lo puede ayudar? Creo que haciendo acciones que den confianza a los jóvenes ayudaría a dar este impulso.

La vía es simple: empezar en primera persona a participar en la construcción de esta dirección evolutiva de los seres humanos, algo que va más allá de nuestras vidas.

Estamos ayudando a dar una dirección de la que quizás no podamos ver el resultado final, pero esta acción de todos modos es válida y llena de significado.

Para concluir, me gustaría dar las gracias a Fernando García y Tomás Hirsch, quienes me dieron muchas ideas para esta intervención.

 

 

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