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El Ser Humano - Fulvio De Vita

Intervención de apertura del Simposio Internacional 2010

El Ser Humano

Una nueva civilización está naciendo.
Por primera vez una civilización mundial.
Como al inicio de toda nueva civilización, ésta aún no aparece clara y definida. Es más bien una señal fugaz, un viento ligero, una sensibilidad que está creciendo, que todavía tiene un sabor primitivo, casi ingenuo, como el balbuceo de un niño recién nacido.

Pero las mujeres y los hombres valientes y sensibles saben que este es el momento, que los próximos años serán fundamentales y asumen desde ahora la tarea de hablar de ello abiertamente, sin temores ni inútiles prejuicios.

En el transcurso de cientos de miles de años de evolución humana, desde la prehistoria hasta hoy, encontramos numerosas concepciones acerca del cosmos, del ser humano, de la naturaleza, de la divinidad. Algunas de estas concepciones han permanecido durante siglos, otras han desaparecido porque no eran útiles a nivel social y personal, otras se transformaron. Pero sólo en pocos momentos encontramos concepciones cosmológicas en las que la existencia del ser humano concreto y cotidiano haya tenido una posición central.
Las diferentes concepciones sobre la ubicación del ser humano en el cosmos y la concepción misma de “ser humano” han tenido enormes consecuencias en la evolución y la organización de toda sociedad. Si nuestro interés es sentar las bases de una nueva civilización, será imprescindible revisar nuestra concepción actual para que ésta se refleje en los tantos modos de ser-en-el-mundo y en los valores del nuevo momento histórico.

En los orígenes encontramos un ser humano a merced de los fenómenos naturales y, en cuanto tal, la imagen que él tiene de sí mismo es la de un ser sometido al ambiente natural, víctima de los acontecimientos y de las potentes entidades que los gobiernan.

Vemos a menudo un ser humano sometido a las leyes divinas, en las que él es el simple producto de voluntades ajenas a su existencia cotidiana. Con el tiempo las divinidades se encarnaron en poderes reales de descendencia divina, o en castas sacerdotales, cuyo único interés era mantener el status quo, mientras la autonomía y la libertad del ser humano estaban limitadas ya a partir de la imagen que cada uno tenía de la propia existencia. Por otra parte es interesante observar que en algunos mitos antiguos, como por ejemplo los de Gilgamesh y Prometeo, el hombre se rebela frente a los dioses en busca de una nueva condición.

En oriente, el Budismo original no hace referencia a “verdades” preconstituidas, sino a la existencia concreta del ser humano. Enunciando las Cuatro Nobles Verdades – el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la cesación del sufrimiento y el camino que lleva a la cesación del sufrimiento – el Budismo da lugar a un momento muy interesante para el desarrollo de aquella civilización.

En Europa, el pasaje de la Edad Media al Renacimiento muestra un claro ejemplo de cómo la concepción del ser humano cambió radicalmente con evidentes consecuencias sociales.
Para el Medioevo cristiano, la Tierra es el lugar del pecado y del sufrimiento, un valle de lágrimas en el que la humanidad ha sido arrojada por culpa de Adán, y del cual es deseable huir. El hombre en sí no es nada y nada puede por sí solo. La historia no es la memoria de hombres, de pueblos, de civilizaciones, sino el camino de expiación que del pecado original lleva a la redención. La Tierra está inmóvil en el centro del universo y la organización social está en consonancia con esta visión cosmológica cerrada y jerárquica. [1]

Los humanistas invierten esta visión y a la degradación de la naturaleza del hombre contraponen una exaltación del hombre en su totalidad de ser físico y espiritual. A fines del siglo XV, el hombre adquiere una dimensión religiosa y llega a asumir un significado cósmico. Dice Marsilio Ficino: “…Y el género humano en su conjunto tiende a transformarse en el todo, porque vive la vida del todo. Por lo tanto tenía razón Trismegisto cuando llamó al hombre un gran milagro”. [2]

En los siglos subsiguientes, el trabajo de Descartes produce dos consecuencias: por una parte el progreso de la ciencia – que estudia la naturaleza más allá de los sentidos – y por otra parte el desarrollo de una filosofía especulativa que busca la “verdad” en la abstracción metafísica. Se desarrolla en este período la idea de la pasividad de la conciencia frente al mundo, concepción en la que el hombre es una entidad que actúa en respuesta a los estímulos del mundo natural. Hasta las corrientes historicistas – que privilegian el activismo y la transformación del mundo – conciben a la actividad humana como el resultado de condiciones externas a la conciencia.
Hoy reaparecen estos viejos prejuicios y tratan de imponerse con un nuevo disfraz, el del neo-darwinismo social, cuyas características distintivas son la lucha por la supervivencia y la selección natural que privilegia al más fuerte. En su versión más reciente, esta concepción zoológica transplantada al mundo humano, sostiene una dialéctica basada en leyes económicas naturales que autoregularían toda la actividad social. Así, una vez más, el ser humano concreto desaparece a nuestros ojos y queda transformado en cosa. [3]

Sólo en el siglo XX, Husserl, con su método fenomenológico, junto con los filósofos de la existencia y de algunas corrientes de antropología cultural, tratan de recuperar lo concreto de la existencia humana. Aparecen también las primeras formulaciones del así llamado “principio antrópico” en las ciencias físicas, que constituye un momento crucial, al menos como intento, en la interpretación científica del mundo y del ser humano.

Podemos entonces observar cómo se ha pasado de una concepción de ser humano sometido a las leyes de la naturaleza, a un ser humano que hoy se yergue por sobre lo natural. Un transcurrir histórico que va de la explicación mágica y alegórica de los advenimientos a la explicación científica, a pesar de que ésta se encuentre aún prisionera de las limitaciones del positivismo. Aún queda una última frontera por eliminar: la concepción de la muerte, que se eleva como un muro infranqueable en el futuro de todo individuo.

Para el Humanismo Universalista es esencial – a fin de sentar los fundamentos de una nueva civilización – que se modifique sustancialmente la visión que el ser humano tiene de sí mismo y de su ubicación en el cosmos. A la luz de una nueva cognición, es necesario superar las antiguas concepciones, que ya resultan insostenibles y contradictorias tanto para los especialistas de todos los campos como para el hombre común y cotidiano.
Basándose en la experiencia directa que cada uno de nosotros puede tener de sí mismo, el Humanismo Universalista reconoce en el ser humano las características fundamentales que lo llevan hacia el futuro y que le han permitido llegar hasta aquí: la intención constante de superar el dolor y el sufrimiento, y la posibilidad que tiene la conciencia de hacerlo en gran libertad.

Lo primero que podemos observar es que la conciencia es activa, en el sentido de que no es una especie de recipiente en el que se recogen las cosas que suceden en el mundo, no es un simple “reflejo” del mundo. La conciencia posee la capacidad de estructurar al mundo según una intención, una dirección precisa. Por lo tanto observamos que, para la conciencia, el mundo se constituye en modo intencional y no reflejo, y que ese mundo es pasible de transformación en la medida en que tal conciencia “intenciona” su construcción.

En esta primer observación, la conciencia descubre de sí misma que es capaz de inventar al mundo a partir, sí, de elementos condicionantes - como por ej. la memoria – pero con una capacidad de futurización que no se encuentra en ninguna otra especie animal. No nos encontramos frente a un simple “animal racional”, capaz de socializar y de comunicar, sino ante un ser que encuentra en sí mismo la posibilidad de imaginar y de construir el futuro, humanizando al mundo, es decir, construyéndolo según su intención.
He aquí, entonces, los dos elementos esenciales en una concepción de ser humano que sirva de fundamento para una nueva civilización: el desarrollo de la libertad y de la temporalidad.

Debemos considerar además que el mundo no aparece “separado” de la conciencia, sino que ambos son parte de la misma estructura en relación dinámica constante: mientras la conciencia es constituida por un mundo en continua transformación, ella – a su vez – constituye el mundo transformándolo.
Nos damos cuenta de que, mientras para el animal el ambiente es un ambiente natural, para el ser humano el ambiente es histórico-social y que él es también reflexión sobre tal ambiente y contribución a la transformación o a la conservación del mismo.

Esta concepción no tiene mucho que ver con aquella de la conciencia pasiva, sometida a una “naturaleza” externa a sí. Se trata más bien de una conciencia creadora y transformadora, abierta al mundo, activa, intencional y lanzada hacia el futuro. En este sentido, si tenemos que hablar de naturaleza con referencia al ser humano, hablaremos de cambio y transformación.
Ciertamente el mundo de un hombre primitivo, de un hombre medieval, o simplemente de un hombre del siglo pasado, no es el mismo mundo de un hombre actual. La transformación del mundo sucede en cada instante y en modo siempre evolutivo, y nada tienen que ver con el ser humano las teorías según las cuales las “leyes naturales” de la historia o de la economía imponen un esquema de comportamiento, en una especie de darwinismo social modernizado.

Hemos visto cómo la conciencia constituye el mundo en base a una intención, futurizando continuamente nuevas posibilidades. Ahora comprendemos también que tal intención posee siempre una dirección hacia lo que podemos llamar “la felicidad”.  Y ¿qué es la intención hacia la felicidad sino precisamente la superación del dolor y del sufrimiento?
El dolor es lo que padece el cuerpo y la ciencia, con su evolución milenaria, siempre ha tratado de eliminarlo. Es una dirección clara, la de la ciencia, y no podemos dejarnos distraer por su actual aplicación al servicio de la destrucción, sin dejar de observar que en ella el ser humano ha plasmado su intención de superación del dolor.
El sufrimiento, en cambio, se refiere a la mente y a todo lo que crea contradicción en el psiquismo humano. El temor al futuro, la imposibilidad de elegir, la falta de libertad, la violencia, el resentimiento y, en definitiva, la ausencia de un sentido profundo en la vida.
La superación del sufrimiento mental no ha gozado de los mismos progresos que la ciencia, pero son innegables las innumerables tentativas del ser humano de dar significado a su existencia. Así descubrimos que todas las civilizaciones han desarrollado sus propios grandes sistemas de pensamiento, sus cosmologías, sus místicas, en las que los seres humanos se reconocían personal- y socialmente.

Es precisamente en esta tendencia hacia la superación del sufrimiento, que encontramos la capacidad de la conciencia de reflexionar sobre sí misma y de superar los propios límites. Es en el comprender los límites que la condicionan que la conciencia puede acceder a las profundidades insondables de la Mente y tener experiencias que van más allá de la mecanicidad del psiquismo.  Experiencias que en tantos momentos de la historia han contribuido de modo sustancial al progreso hacia la superación del sufrimiento y a la evolución del conocimiento. De hecho, no obstante su aparente inconsistencia desde el punto de vista del actual pensamiento racionalista, son precisamente estas experiencias que han dado sentido y significado a las personas y a los pueblos.

Tal vez nuestra tarea aquí es justamente señalar las bases para el nuevo salto evolutivo que el ser humano necesita, siguiendo la dirección que ya está trazada en nuestra conciencia.

Si la conciencia humana es capaz de futurizar gracias a su enorme amplitud temporal, y si la intencionalidad le permite proyectar un sentido, un significado fuera de sí, entonces la característica fundamental del hombre es la de ser y construir el sentido del mundo.

Para concluir me permito citar una frase del libro Humanizar la Tierra de Silo:

“Nombrador de mil nombres, hacedor de sentido, transformador del mundo... tus padres y los padres de tus padres se continúan en ti. No eres un bólido que cae sino una brillante saeta que vuela hacia los cielos. Eres el sentido del mundo y cuando aclaras tu sentido iluminas la tierra. Te diré cuál es el sentido de tu vida aquí: ¡humanizar la Tierra! ¿Qué es humanizar la Tierra? Es superar el dolor y el sufrimiento, es aprender sin límite, es amar la realidad que construyes.
No puedo pedirte que vayas más allá pero tampoco será ultrajante que yo afirme: “¡Ama la realidad que construyes y ni aún la muerte detendrá tu vuelo!”.
[4]



[1] Salvatore Puledda, Interpretaciones Historicas del Humanismo.
[2] M. Ficino:  Theologia platonica de immortalitate animorum, XIV, 3.
[3] Silo, Diccionario del Nuevo Humanismo (Ser Humano), Obras Completas Vol. II.
[4] Silo, Humanizar la Tierra, Obras Completas Vol. I

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