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Salud - Alessandro Pizzoccaro

LA FELICIDAD INTERNA BRUTA: DE LOS PARADIGMAS DEL SIGLO XX A LA VERDADERA MEDIDA DEL BIENESTAR

Alessandro Pizzoccaro

 

Numerosas señales indican que dos paradigmas en la base de nuestro vivir social actual se están mostrando cuanto menos inadecuados: el paradigma económico y el paradigma médico.

Por un lado, el actual sistema económico global actúa de un modo que provoca que más de la mitad de la población esté constreñida a vivir con el equivalente de menos de dos dólares por día. En lo referido a la dimensión socio-sanitaria, el hombre occidental, aun viviendo cada vez más, se siente cada día más asediado por la enfermedad y como paciente se encuentra experimentado una condición de creciente insatisfacción.

Adam Smith, el padre del liberalismo clásico, en su célebre obra sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, teorizó la presencia inmanente de una ley social casi inconsciente e involuntaria subyacente al funcionamiento del intercambio económico. Según Smith, es solo a través de la acción egoísta individual que se logra el funcionamiento virtuoso del mercado, el cual tiende a actuar racionalmente a favor del bien común. Eso sucede porque el empresario es automáticamente guiado por las leyes del libre mercado a la mejor utilización posible de sus recursos financieros y humanos, generando en consecuencia una virtuosa y eficiente producción de riqueza a beneficio de la comunidad en su conjunto.
Lamentablemente, la eficacia y universalidad de esta ley económica del libre mercado ha sido desmentida por los hechos y la historia en numerosas ocasiones. Efectivamente, esta homeostasis mágica que debería realizarse, es usualmente minada por la pulsión egoísta predatoria que impulsa a los sujetos económicos hacia una maximización de la ganancia y de la acumulación de valor agregado, obtenido con la práctica del monopolio o del oligopolio, los cuales representan ambos la negación del libre mercado. Por otro lado, se ha revelado más falaz aun la profecía de la realización concreta de la igualdad económica y la justicia social a través de la realización del modelo de sociedad comunista.

Sin embargo, actualmente se manifiestan señales significativas del hecho de que estos paradigmas no se corresponden más con la visión dominante del tiempo presente. Un número creciente día a día de personas, está difundiendo la convicción de que la riqueza de las naciones no debe ser necesariamente medida con el indicador único del Producto Interno Bruto, e introducen otros parámetros para definir el “bienestar” de los ciudadanos.

Esta brecha de velocidad entre el desarrollo de valores materiales y estructurales por un lado, y valores morales y existenciales por el otro, implica una desarmonía interna al proceso de crecimiento, una disonancia evolutiva de la civilización occidental, con un factor de riesgo en juego, determinado por la progresiva dificultad de la sociedad a gobernar en modo racional, ético y armónico las nuevas fronteras abiertas por la técnica. En resumen, el Dr. Strangelove corre el riesgo de ser él mismo víctima de sus propios éxitos.
Recientemente, el soberano iluminado de un pequeño país asiático como es Buthan, ha gozado de una repentina notoriedad internacional por haber introducido un parámetro alternativo al del PIB como indicador de la riqueza de la nación, sustituyéndolo con un muy atractivo parámetro de “Felicidad Interna Bruta”. Pero no se puede olvidar que, en el inicio de la historia de la democracia moderna, ya el documento fundador de Estados Unidos, la célebre Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, dice textualmente: “[...] Consideramos que [...] todos los hombres fueron creados iguales, que fueron dotados por su Creador de algunos Derechos inalienables, entre los que se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad; que con el fin de garantizar estos derechos es que han sido creados entre los hombres, los Gobiernos”.

Curiosamente en Estados Unidos, en cambio, se ha realizado una especie de índice de la infelicidad, el “Misery Index”, que mide el grado de dificultad, tristeza y resentimiento de la población. Es un índice muy significativo, porque cuando alcanza un cierto umbral puede provocar grandes turbaciones a nivel social. Sin embargo, sería más coherente con los principios fundadores de los Estados Unidos la elaboración de un índice de “Felicidad Interna Bruta”.

¿Pero cómo se puede evaluar el índice de “Felicidad Interna Bruta”? Sin duda, no con criterios cuantitativos. No se trata de sumar toneladas o millardos, sino de “medir” la calidad imponderable de muchos elementos, entre los que se encuentran el grado de satisfacción, de gratificación y la consecución de los objetivos en la vida, en contraposición a la falta de frustración, rencor, soledad, miedos, etc. Tal índice no podrá ser el resultado de una suma aritmética, pero representará la señalización de la cercanía o no a una situación de equilibrio al más alto nivel entre los componentes físicos, psíquicos, emocionales y espirituales del conjunto de las personas que conforman una nación.
Por supuesto, no puede imaginarse que tal cambio de paradigma podrá tener lugar en un brevísimo plazo. Pero, podría ser acelerado por una crisis de época como la que está asomando sobre el horizonte planetario. Una recesión mundial que obligase a todos a repensar en profundidad  la lógica basada sobre el cinismo de una maximización de las ganancias, sin la consideración de los enormes e injustos costos sociales y ambientales provocados por un modelo de desarrollo irracional y des-armónico.

¿Es aceptable un sistema social donde el 1 por ciento de la población posee el 40 por ciento de las riquezas, donde 34.000 (¡treinta y cuatro mil!) niños mueren cada día por desnutrición, donde más del 50 por ciento del planeta vive con menos de 2 (¡dos!) dólares al día? Por supuesto que no. Solo podemos desear que estas discrepancias globales inaceptables sean en breve enfrentadas con determinación por  políticos iluminados de las naciones dominantes,  por  hombres de poder económico inspirados por una nueva sabiduría ética y, esperamos, por un nuevo iluminismo progresista de base humanística y fundado sobre la racionalidad  y la solidaridad.

Pero descendamos de los grandes sistemas al pequeño sistema que es nuestra cotidianeidad y nuestros países. Efectivamente, cada uno de nosotros puede contribuir al cambio en positivo hacia el nuevo paradigma, y esta contribución puede reconducirse a una palabra-clave: “responsabilidad”.

En lo concerniente a la dirección de las empresas, la palabra-clave es: “responsabilidad social”, es decir, un acercamiento a la búsqueda de la ganancia y de la optimización de los recursos que pueda y deba integrarse plenamente con el cuidado constante de las consecuencias sociales de las decisiones empresariales. Los empresarios deben asumir para sí la responsabilidad de un buen funcionamiento de sus empresas, de la satisfacción de sus empleados, de la conducta leal frente a los competidores, pero también deben perseguir fines no orientados al único objetivo de la maximización de la ganancia, sino que también sepan responder a las necesidades humanas, de la comunidad y del ambiente.

Hay varios niveles de responsabilidad social de las empresas. Algunos ejemplos. Para Milton Friedman, la máxima responsabilidad social del empresario la representa el pago de impuestos. Para Adriano Olivetti, responsabilidad social significaba no solo garantizar un salario justo a los empleados, sino también cuidar del ambiente y de la comunidad y de la educación adecuada de sus hijos. Según Muhammad Yunus, todos los seres humanos vienen al mundo con todas las potencialidades para cuidar de sí mismos y para contribuir a mejorar el bienestar de todos, pero no a todos se les da la posibilidad de expresar al máximo todo el potencial y talento. Por esto, en 1983 ha dado vida al Grameen Bank, que ha ayudado a 5 millones de ciudadanos de Bangladesh a emanciparse de la pobreza, financiando microcréditos, préstamos inclusive de pocos dólares sin garantía, a ciudadanos con la ambición auto-empresaria de crear una actividad independiente. Un hecho sorprendente es que la tasa de insolvencia del Grameen Bank es inferior a la tasa de insolvencia media de los bancos tradicionales.

Si del ámbito económico pasamos al de salud, usualmente encontramos la misma paradoja y la misma contradicción de fondo: el “paradigma comercial”, el “paradigma científico reduccionista” tan funcional por la exasperación tecnológica, no funciona para el hombre, para su salud y su bienestar. Financiamientos públicos, inversiones privadas, investigaciones, biotecnologías y medicinas sofisticadas, paradójicamente no logran una auténtica mejoría del estado de salud, no necesariamente permiten una verdadera cura y no contribuyen al bienestar.
De hecho, usualmente generan el efecto contrario, en tanto el ser humano responde a los estímulos externos en modo no lineal, es decir, en un modo completamente diferente de las máquinas, que responden a los comandos siempre de manera unívoca según una rígida lógica de causa-efecto.

Por el contrario, el Hombre es una unidad psico-neuro-endócrina e inmunológica muy compleja, con equilibrios y sistemas de auto-reparación sutiles e interconectados. El mejor modo de hacer funcionar nuestro organismo es el de estimular, activar, equilibrar estos componentes, en vez de suprimirlos como sucede lamentablemente como consecuencia de la contaminación ambiental y el encarnizamiento farmacológico: vivimos inmersos en una sociedad contaminada, sometidos a estrés y tensiones, y a una vida emotiva y afectiva no equilibrada, consumimos alimentos tratados químicamente y medicinas de síntesis que inevitablemente provocan efectos colaterales, que bajan las defensas inmunológicas, generan efectos negativos a nivel psicológico, nervioso y hormonal, y perturban el tan frágil equilibrio de la estructura delicada y compleja que es el Hombre.

Sería también muy interesante identificar y convalidar un método de comprobación que pueda medir el estado de salud global a través de otro índice innovador, una suerte de índice de “Energía Interna Bruta”: sin duda contribuiría a un salto de calidad en la comprensión global de la salud y del hombre en general. La buena noticia es que, en este caso, tal índice existe, o mejor, existen varias técnicas para individualizar la energía no solo del individuo globalmente, sino incluso de cada órgano. Como en el caso de la “Felicidad Interna Bruta”, no nos interesa relevar valores resultantes de la suma aritmética de la energía medida. Al contrario, es fundamental individualizar si los valores energéticos del organismo están en relación armónica entre ellos, además de si el flujo energético entre los distintos componentes físicos, mentales y emotivos del paciente, fluye libremente por el organismo, sin que los bloques energético-funcionales se lo impidan. De la interpretación de la enfermedad como una manifestación de tipo puramente física, se ha llegado así a un acercamiento más global, una impostación que hace entender tanto al terapeuta como al paciente cómo en la salud y en la enfermedad están involucrados otros componentes además del puramente material. Surge con fuerza la importancia de los componentes psicológicos, mentales, emotivos y espirituales.
Es hora de que el concepto de medicina “tecnicista” y generalizadora ceda el lugar a una medicina individualizada, en la que el hombre no sea considerado como una máquina y en la que los fármacos no sean utilizados como “repuestos” para ajustarla.

Estas son las referencias que cotidianamente busco transferir al ADN de mi empresa, que opera en el ámbito de la Medicina Homeopática.
Guna –un término que en lengua sánscrita significa “la calidad de las energías de la vida”- precisamente no tiene como objetivo solamente el crecer como empresa, generar mayores utilidades y alargar el espectro de influencia económico-financiera y comercial, sino también tiene un meta-objetivo: contribuir a la difusión y al conocimiento de un abordaje de la salud basado sobre la consciencia de lo fundamental que es individualizar los verdaderos problemas físicos, psíquico-emotivos y espirituales que están en la base y el origen de los síntomas y de las enfermedades, haciendo así posible un re-equilibrio general del cuerpo, mente y espíritu, y la consecución de un nuevo estado de salud, belleza y vitalidad. Esta interpretación del Hombre en sentido holístico, encuentra en los remedios homeopáticos la consiguiente solapa terapéutica. De hecho, la misma técnica peculiar productiva de los fármacos homeopáticos consiente un efecto terapéutico no solo a nivel físico, sino también a nivel mental y espiritual.

Para mí es particularmente gratificante pensar en proveer a todos los ciudadanos de la oportunidad de ser curados con soluciones terapéuticas eficaces y sin efectos secundarios indeseados, gracias a medicamentos que están en armonía con la naturaleza y que actúan como soporte de las funciones fisiológicas de defensa del organismo, dándole al Hombre un rol de verdadero protagonismo de su cura.
Esta visión es todavía considerada “herética” por buena parte del establishment italiano, aun cuando todos los días cada vez más médicos se asoman a estas disciplinas y a este modo nuevo de entender la relación con la salud y la enfermedad de los pacientes.

Vale decir que hasta Italia tendría la necesidad urgente de superar el bloqueo informativo y la discriminación legislativa en el tratamiento de la homeopatía, que representa no solo un modelo alternativo de cuidado económico, eficaz y sobre todo sin efectos colaterales, sino que también abre un paradigma diferente de desarrollo sostenible y armónico para la humanidad.





 

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